lunes, 7 de abril de 2008

Dragones y mazmorras

Cuatro años después del de la Universidad de Yale, en 1971, la U. de Stanford realizó el otro controvertido experimento del que les hablaba.

También a un grupo escogido de estudiantes voluntarios se les planteó vivir una situación.

Se convertirían en supuestos carceleros y reclusos, que tendrían que cumplir las órdenes que se les dieran. Los reclusos de los carceleros y éstos de sus superiores.

Pues bien, estando previsto que durara dos semanas, el experimento se tuvo que suspender a los seis días.

Tal fue el grado de crueldad y sadismo, cada vez más acusado en los carceleros, y los síntomas de depresión y estrés, muy alarmantes de los reclusos.

Unos y otros iban derechos a su propio desastre sicológico. A su ruina humana.

La conclusión de ambos experimentos, fue única y horrible. Gente normal y corriente, como somos la mayoría de nosotros, es capaz de someter a otros seres humanos a torturas y vejaciones, cuando obedece, cree obedecer o quiere creer que obedece, órdenes.

El mecanismo de razonamiento, simple, lineal, sin un solo quiebro. Desplazamos la responsabilidad a los superiores.

Lo que nos hace pensar que actuamos con impunidad, por lo que no tememos ser castigados. Sencillo, envenenado, podrido. Por supuesto que está diagnosticado.

Lo llaman “la banalidad del mal”, así justificamos nuestro descenso a los sótanos del sadismo.

La expresión viene a ser como un mantra: el de la “obediencia debida”. Inhumana felonía.

Monstruos como nosotros.

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