lunes, 21 de abril de 2008

Si la envidia fuera tiña

"Ex ungue leonis" (De las garras del león)
J. Bernouilli, matemático suizo (1667-1748)

No creo que haya nadie que ignore quién fue Isaac Newton. Un hombre reconocido por todos, que no necesita presentación. Se trata, quizás, del hombre más decisivo en la historia de la Humanidad junto Arquímedes y Albert Einstein. Un personaje público sobre el que no escasean las anécdotas. Ésta es una de ellas

La historia empieza el 29 de enero de 1697, cuando Isaac Newton recibió una carta procedente de Basilea. En su interior dos problemas de matemáticas y una solicitud: que los resolviera. Aunque también había sido enviada a otros matemáticos, la intención de quien la mandaba era bien artera. Quería poner en un aprieto al genio. Medir su destreza en el uso del recientemente desarrollado Cálculo Diferencial.

El remitente de la misiva fue Johann Bernoulli, aunque era G. Leibniz, que mantenía con Newton varias disputas, el que estaba detrás de la jugarreta y el que había influido en su envío. Si la envidia fuera tiña.

La carta llegó a manos del físico a las seis de la tarde y a las cuatro de la mañana ya había resuelto ambos problemas. Pero no le contestó, sino que envió las soluciones al presidente de la Royal Society, y fueron publicadas de forma anónima en el número de febrero de 1697 de la revista Philosophical Transactions. Y a Bernouilli que le dieran, debió pensar Newton.

Él resolvió en horas diez, lo que a la gran mayoría de los matemáticos de la época le hubiese costado toda una vida. Varignon, L´Hôpital o D. Gregory, que también habían recibido los problemas, fueron incapaces de resolverlos.

Pese al anonimato con que se publicaron las soluciones, por la elegancia de sus desarrollos, Bernoulli reconoció de inmediato a su autor y al leer el artículo exclamó: “Ex ungue leonis”. De las garras del león. Una señal de admiración en clave de metáfora con el rey de la selva.

Seguro que no se lo esperaba, pero se lo tendría que haber imaginado. Era el gran Isaac Newton. No se le podía tratar como a cualquier otro mortal. Y es que el señor Newton era mucho don Isaac.

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