martes, 25 de agosto de 2009

Al límite de la paciencia

No son pocos los historiadores que comparten la opinión de que la ciencia en concreto, debe al filósofo Sócrates (470-399 a.C.) dos importantes aportaciones.

Una, el método de los razonamientos inductivos. Y otra, la definición del concepto de lo universal.

Ambas referidas a principios de la ciencia y con las que el filósofo griego, maestro de Platón, se adelantaría a todos.

Al menos en lo que concierne al método del conocimiento científico.

Puede que tengan razón. Pero, ¡ojo!, no todos piensan lo mismo. Algo que debe quedar claro.


Se trata de una discrepancia parecida a la que mantuvo el mismo Sócrates, una de las personalidades más apasionantes y desconcertantes de la filosofía griega, con sus conciudadanos.

Aunque sus comienzos filosóficos estuvieron más bien cerca del sofismo, pronto lo superó, y sustituyó por una actitud más antidogmática y altruista.

Altruista porque no cobraba por su labor de pedagogo. Hijo de un escultor y de una comadrona, afirmaba que su función era como la de su madre: ayudar a dar a luz, en su caso, a la verdad.

Ironía socrática
Y antidogmática porque, a pesar de que un oráculo había decretado que nadie era más sabio que él, el filósofo no era de la misma opinión y se empeñaba o aparentaba empeñarse, en demostrar lo contrario.

Y lo peor es que lo hacía mediante su irritante “ironía socrática”.

Imaginen la situación. Sócrates iba por las calles de Atenas preguntando a sus conciudadanos, con actitud humilde, cuestiones como ¿qué es el valor?, ¿qué es la ciencia?, ¿qué es la justicia?, y afirmando que él no sabía nada y que los demás debían de instruirle. (Sólo sé que no sé nada).

Lo malo es que cuando se ponían a ello, el sabio, que sí sabía y mucho, les hacía caer en sus múltiples contradicciones, desmontándoles sus argumentos y haciéndoles ver que, en realidad, no sabían.

Al final terminaban admitiendo su propia ignorancia y dejando en el aire, de manera implícita, que el oráculo tenía razón.

Como comprenderán a nadie le gusta quedar en evidencia de esa forma. Por eso no se puede decir que Sócrates fuera muy valorado por ellos. Vamos que no caía, precisamente, bien entre sus coetáneos.

A diferencia del de su madre, su “método de ayuda al parto” terminaba siendo exasperante e insufrible.

Suicidado con cicuta
Y en éstas estaba el sabio cuando cayó en desgracia, al parecer, por motivos políticos.

Sócrates fue acusado de 'no respetar a los dioses y de corromper a la juventud' y condenado a muerte mediante la ingesta de cicuta. Una muerte que el pueblo, para qué nos vamos a engañar, recibió con agrado.

Un comportamiento, según algunos historiadores, poco considerado de sus conciudadanos, que no habla precisamente bien del colectivo. Pero que ejemplifica lo insoportable que se le tuvo que hacer su compañía.

Sin embargo no todos son del mismo pensamiento.

Por el contrario hay quienes piensan que el pueblo fue bastante considerado con el filósofo. Pese a lo insoportable de la costumbre socrática y el odio que generó, la tolerancia ateniense fue exquisita con él.

Lo cierto es que lo aguantaron durante decenios. Pero todo tiene un límite y Sócrates, todo lo hace pensar así, lo sobrepasó con creces. Pero aguantaron y mucho.

No hay que olvidar que fue un hombre longevo, ya que llegó a cumplir los setenta años. Y porque lo suicidaron con cicuta.

Curiosamente Sócrates no luchó contra la sentencia sino que la aceptó sin rebeldía alguna, con absoluta serenidad. De hecho reunió a sus discípulos y se bebió la cicuta mientras conversaban, mismamente, sobre la inmortalidad.

Dos apuntes para la reflexión. Uno. No me digan que no es exasperante el tema que escogió. Precisamente la inmortalidad. Y dos. Estarán conmigo en que, dadas las circunstancias, ya hay que tener ganas de conversar.

Lo dicho un insufrible.


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