domingo, 7 de noviembre de 2010

Stephen Hawking y Dios (II)

(Continuación) Por otra parte ya conocen mi opinión al respecto. Ciencia y creencia no tienen nada que ver.

No es que religión y ciencia estén reñidas. Sencillamente no tienen porqué estar juntas.

Donde una acabe es donde debe empezar la otra. Es más.

Les digo que, una para la otra, la que sea, resulta ser mala compañera de viaje.

Nada más que hay que pensarlo un rato para darse cuenta.

Y por supuesto que, aunque Dios no es necesario para explicar el origen de la vida, aun así se puede creer en Él. Son caminos que no tienen porqué cruzarse.

Ciencia y religión son dos ventanas para mirar el mundo. Y cada una permite ver cosas distintas.

Buena prueba de que no ando muy descaminado, en lo que les decía unas líneas arriba, lo de la reflexión, es el último de los combates librados entre ciencia y creencia, y que tuvo lugar la semana pasada. Seguro que lo leyeron en prensa.

La Iglesia Católica y los Simpson
La Iglesia Católica ha contraatacado, empleando para ello a la más exitosa familia amarilla de la televisión: Los Simpson.

En efecto. Sorprendentemente, la semana pasada tomaba la iniciativa mediática utilizando sus propios medios.

Tanto la revista La Civiltà Cattolica como el rotativo L`Osservatore Romano, captaban la atención de todos publicando sendos artículos, en los que animaban a sus feligreses a seguir la serie de Matt Groening.

La razón, el hecho de considerar que pocos programas recogen aspectos católicos fundamentales para la Iglesia como la familia, la educación o la religión, como lo hacen los televisivos Simpson.

Es más, pone al padre de familia y a su hijo como ejemplares practicantes católicos. Y ahí, la verdad, no sé qué decirles.

Veo normal que el Vaticano anime a sus feligreses a seguir la serie. Al fin y al cabo no abundan los programas de televisión para niños, donde la dimensión religiosa, el sentido de la vida, la investigación con células madres, la fe católica, la homosexualidad o la necesidad de Dios sean temas recurrentes.

Es lógico incluso que afirmen: “Los padres no deben temer que sus hijos vean las aventuras de los hombrecillos de amarillo”.

Visto así, la serie es sin duda una fuente de aprendizaje para niños y adolescentes.

Lo que no veo tan normal es la afirmación de la ejemplarizante religiosidad de Homer y Bart, y su confirmación como verdaderos católicos. No me digan que la cosa no chirría.

Conforme en que la familia, con Homer a la cabeza, reza o hace el amago de rezar cada día, antes de comer y que éste, a su manera, cree en que hay vida tras la muerte.

Una vida en el más allá muy peculiar, es cierto, pero el caso es que cree. Lo que no es poco tratándose de Homer.

O que Bart diga en un capítulo: “Para poder salvarme a mí mismo tengo que salvar a los demás”.

Una frase que, según el sacerdote jesuita Francesco Occhetta, responsable del Área de Derecho y Sociedad de la revista La Civiltà Cattolica, es “muy evangélica, y bastaría con que miles de niños pudieran recibir esa enseñanza de Bart Simpson para que se pudiera cambiar el mundo”.

No sé padre. Si usted lo dice. Así será.

Donde no estoy tan conforme es en el porqué Occhetta, no tiene en cuenta otras acciones de papá Simpson, a todas luces no tan cristianas.

Sirvan de botón de muestra el hecho de que se dedica a beber cerveza por litros, es un tramposo consumado o que se trata de una persona tremendamente egoísta.

Por no recordarles que se duerme y ronca durante los sermones en la Iglesia, o que se ríe y humilla sin piedad a su vecino, el pusilánime, algo meapilas y evangelista Ned Flanders.

Y no sigo por no cansar.

¡Pero que se puede esperar de un Homer que llega a decir!: “Hoy estoy teniendo el mejor día de mi vida, y ¡todo se lo debo a que no he ido a la Iglesia!”. (Continuará)

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