miércoles, 9 de marzo de 2011

Marie Curie (I)

Nacida Marie Sklodowska, sólo siete años antes de que se inventara la máquina de escribir, es la quinta hija del matrimonio de una pianista maestra de música y un profesor de Física.
Una familia que pasó grandes penurias económicas cuando el dominio ruso de Polonia.
Pese a ello Marie realizó los estudios secundarios, que acabó siendo la primera de su promoción y con los mayores honores académicos.

Pronto se orientó hacia las ciencias y pronto también, en plena adolescencia, dos fatalidades se abaten sobre ella. Muere su padre y mamá cae enferma de tuberculosis.
Desprovista del amor paterno y el consuelo materno -la madre huye del contacto con los hijos por la enfermedad-, la joven Marie se refugia en los libros.

Con ellos compensa su soledad y forja una personalidad delicada en lo físico, pero disciplinada en lo espiritual. Pronto demuestra que es una mujer asombrosa.

Tras la muerte de su hermana Zofia por tifus, y de su madre por tuberculosis, dos nuevas desgracias familiares, Marie reniega del cristianismo y se hace agnóstica, a pesar de su juventud.

Una decisión demasiado moderna en una mujer, para las mentes bienpensantes de su tiempo.

También empieza a trabajar como institutriz, a la vez que estudia ciencias de forma privada. Y es que, en aquellos años, la Universidad aún era un territorio prohibido para las mujeres.

En su juventud una quinta desgracia, ésta amorosa, la vuelve a asolar. Casimir, el hijo mayor de la familia donde trabaja como institutriz, se enamora de ella y, por su parte, es correspondido. El primer amor.

Pero hay demasiada diferencia de clase social entre los enamorados y esto siempre ha sido un problema. Por lo que está condenado al fracaso. Y ella es rechazada por la familia de él.

Un amor imposible que, el tiempo demostrará, fue fundamental en la vida de Marie. Estas cosas pasan.
París: estudios y amor
Humillada por el desengaño amoroso y consciente de que en Polonia nunca podría completar sus estudios, en 1891 decide marcharse a París.

La ciudad de la luz y el amor.

Y en la Sorbona consigue licenciarse en Física (1895) con el número uno de su promoción y en Matemáticas con el número dos.

Durante estos años tuvo varias recaídas físicas en su salud, motivadas por el exceso de trabajo, la escasa alimentación y el poco dormir.

Recién acabada la carrera conoce a Pierre Curie. Un profesor universitario de Física y Química, casi diez años mayor que ella y del que se enamora perdidamente.

De él escribía una enamorada Marie: “Fui golpeada por la expresión de su mirada clara y por la ligera apariencia de abandono de su alta estatura. Su voz, un poco lenta y reflexiva, su simplicidad, su sonrisa a la vez grave y joven, inspiraban confianza”.

Hay miradas que nos envuelven.

La pareja se casaría en 1895. Pero no fue una boda al uso. No hubo ni intercambio de anillos, ni celebración de ceremonia. Y la luna de miel consistió en un viaje en bicicleta por toda Francia en agosto de 1896.

Es más. Cuando se hizo el vestido nupcial se negó a que fuera en color blanco. Su argumento demoledor.

Sólo tenía un vestido para ir al laboratorio, por lo que quería que el de novia fuera de un color discreto, ya que se lo pensaba poner para ir a trabajar.

Sin duda Marie fue una mujer de carácter y adelantada a su tiempo.

El matrimonio resultó ser un trampolín para los sueños científicos de Marie. En Pierre encuentra no sólo al esposo en la casa. Sino al compañero en el trabajo. Y al maestro en los estudios. Estas cosas pasan también.
Amor y trabajo
A los dos años nació Irene y el abuelo paterno ya viudo, Eugene, se va a vivir con ellos para ayudarles con la niña. Una influencia importante en la vida de la pequeña Irene.

Es por estas fechas cuando el físico H. Becquerel descubre por azar, una nueva y sorprendente propiedad en una sal de uranio.

Una radiación que el mineral emite por sí mismo, muy penetrante, sorprendentemente energética y, en apariencia, inacabable.

Para investigar tan extraordinario fenómeno encarga a una joven licenciada no menos extraordinaria, que ya le había llamado la atención por sus magníficas cualidades como investigadora. Es Marie Curie.

Pero no es Becquerel el primer hombre que quedó impresionado por su capacidad científica. Ni siquiera el segundo porque Pierre, su marido, fuera el primero. Sino el tercero. (Continuará)

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