sábado, 27 de abril de 2013

CALLE ASTURIAS y SEVERO OCHOA


Situada en el oeste de la ciudad (41010), en el otrora arrabalero barrio de Triana, está comprendida entre la calle Evangelista donde comienza y la Plaza de San Martín donde termina.

Una calle con clara alusión a la comunidad autónoma uniprovincial del norte de España, cuya razón de aparecer en este negro sobre blanco no es ella precisamente. No exactamente. Lo es uno de sus rincones geográficos, Luarca.

Una villa y parroquia del concejo de Valdés, en el norte de la comunidad, que entre sus ilustres hijos cuenta con dos científicos de renombre.

Por orden cronológico Severo Ochoa de Albornoz (1905-1993), galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, y Margarita Salas (1938) bioquímica y discípula de Severo Ochoa, con el que trabajó en los Estados Unidos.

Por diversos motivos que no vienen al caso, en esta ocasión, la referencia comunitaria de Asturias la asociaremos al nobel. Así que retomamos su historia, justo cuando acabó el instituto e iniciaba la universidad.


Y del instituto a la universidad
Así es. Cuando desde Málaga marcha a Madrid para estudiar Medicina en la Universidad Complutense. Una carrera en la que se licenciaba en 1929, habiendo estudiado en la renombrada escuela de Fisiología fundada por Juan Negrín (1892-1956).

Una escuela que contaba con una impresionante biblioteca, que el propio Negrín se había traído de Alemania y que completó durante años. Una biblioteca de la que se beneficiaron sus estudiantes y discípulos.

Negrín, un médico fisiólogo y profesor universitario, que tras unos años de fecunda docencia e investigación científica de alta calidad, dejó su carrera para entrar en la política y terminar siendo Presidente del Gobierno de la II República (1937-1945).

Estas cosas suceden degenerando, como dicen que dijo el torero. A saber.

Como sabido es, que no han sido pocos los científicos destacados en todo el mundo que reconocen la influencia que Juan Negrín tuvo en su vocación científica. Entre ellos, aparte de nuestro nobel, se encuentran José María García-Valdecasas y Francisco Grande Covián.

No obstante, existen testimonios de alumnos de Negrín, entre los que se cuenta el propio Severo Ochoa, que aunque resaltan sus grandes conocimientos le reprochan que “explicaba mal” y “suspendía mucho”.

Estas cosas suceden también, no se puede gustar a todos.

Más tarde, volvemos a Ochoa, tras realizar trabajos como postgraduado en Glasgow, Berlín y Heidelberg, impartió clases en las universidades de Madrid, Heidelberg y Oxford. Fue un tiempo de viajes y docencia.

Y entre unos y otra, conoce a Carmen 
Fue en 1930, cuando Ochoa regresó a Madrid para terminar su tesis doctoral, que defendía ese mismo año. Es entonces cuando conoce a Carmen García Cobián, también asturiana y con quien se casa en Covadonga (Asturias) al año siguiente, en 1931.

Carmen fue su único y gran amor. La mujer que le acompañó toda su vida y sin la cual él mismo admite, habría sido otro hombre.

Con ella, al acabar la guerra civil española, ante la imposibilidad de investigar y la escasez de medios existentes, en 1940, se trasladó a los Estados Unidos, donde se incorpora, ya en 1942, al College of Medicine en Nueva York.

Tan sólo catorce años después, en 1954, Ochoa fue nombrado director del departamento de bioquímica. Un hecho insólito en el país de las oportunidades. Era la primera persona en ser director de un departamento universitario, sin tener la nacionalidad estadounidense. Español tuvo que ser.

Ese mismo año del nombramiento, Ochoa descubría la enzima capaz de sintetizar el ácido ribonucléico ARN, intermediario entre las proteínas y el ácido desoxirribonucléico ADN.

Y con ella la clave necesaria para descifrar el código genético.


Un año después, en 1955, la aislaba. Se trataba de la polinucleotidofosforilasa. Ochoa fue la primera persona que sintetizó un ácido nucleico y sus hallazgos fueron decisivos para descifrar el código genético.

Y en todos sus logros, personales, académicos y científicos, siempre, siempre, estuvo Carmen junto a él.

Sorprende que, a pesar de todo lo que sabemos de la trayectoria investigadora del gran científico, se conozca tan poco de la influencia de Carmen en la carrera de Severo Ochoa.

Dicen que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. Puede que sea así. Personalmente, en este caso estoy convencido.

Carmen y Severo formaron un gran equipo, probablemente, el mejor de la ciencia española. Carmen fue el bastón de Severo, como la síntesis de la enzima fue la catapulta para el preciado galardón del Premio Nobel.

Lo que nos lleva a  la tercera vinculación entre la ciudad y el genial bioquímico. En esta ocasión un hotel.



1 comentario :

Anónimo dijo...

Debería ponerlas más seguidas, por lo menos como lo de Einstein, de dos en dos.
De todas forma me gusta.