lunes, 2 de septiembre de 2013

¿Qué miden los alcoholímetros, el alcohol en aliento o en sangre?


Dicho así es más que evidente para muchos de nosotros, que estos aparatos miden la tasa de alcohol en el aire que exhalamos por su boquilla. Eso me podrá contestar usted sin pensarlo siquiera, y no estará exento de razón.

Ya. Es algo que todo el mundo sabe. Le entiendo.

Porque es precisamente a donde quiero llegar. Si es como dice, ¿por qué hablan, entonces, del alcohol en sangre, si lo único que hemos hecho es soplar (en el aparato)?

¿Existe acaso alguna relación entre ambos valores, que avale tal afirmación?

Como ya se puede imaginar, naturalmente que existe. Sólo que no es tan evidente.

Pero desde hace algo más de medio siglo, sabemos que el aire espirado proveniente de nuestros alveolos, tiene una concentración en etanol, que está en equilibrio con la que tiene nuestra sangre. No, ni tan evidente, ni para tantos de nosotros.

Y también sabemos que a su vez, dicha concentración, guarda relación directa con la que está presente en nuestro cerebro. Esto, estará conmigo, no es para nada, ni para (casi) nadie, evidente. Sin embargo es así.

Se trata de una afortunada y proporcional dependencia, que nos permite utilizar la prueba del aliento, como medida de la tasa de alcohol etílico en sangre, aplicando para ello sólo un factor de corrección al dato obtenido. Un factor conocido como proporción de partición.

Proporción de partición
Y aunque su valor puede variar de un individuo a otro o con el paso del tiempo en un mismo individuo, está aceptado por ley, y de forma casi general, el de dos mil cien es a uno (2100:1).

O lo que es lo mismo: en dos mil cien mililitros (2100 ml) de aire exhalado hay la misma cantidad de etanol que en un mililitro (1 ml de sangre).

Para que se haga una idea, en poco más de dos litros de aire exhalado hay el mismo contenido etílico que en la sangre que cupiera en un dado de un parchís hueco.

Por eso, para determinar el efecto que puede tener el etanol ingerido, sobre la capacidad para conducir de una persona, que depende de la concentración de etanol en el cerebro, se mide directamente su concentración en el aire exhalado.

Un cambio de medio que nos evita costosos y lentos análisis de laboratorio. Y una correlación directa, y etílica, entre el aire de los alvéolos y la sangre (2100:1), que tiene su fundamento teórico y su pequeña intrahistoria.

Todo empieza a comienzos del siglo XIX, con el inglés William Henry (1775-1836) y su ley de los gases. Un médico al que su mala salud le impidió el ejercicio de la medicina, por lo que devino a la investigación química, sobre todo en gases. Como dijo el torero, “llegó degenerando, cómo si no”.

La ley de Henry
Basándose en sus experiencias sobre la cantidad de gas absorbida por el agua, a diferente temperatura y presión, Henry, formuló en 1803 la ley que regía este fenómeno físico-químico.

Venía a decir que, a temperatura constante, la cantidad de gas disuelta en un líquido es directamente proporcional a la presión parcial que ejerce ese gas sobre el líquido.

Siendo: S, la concentración del gas (solubilidad); ks, la constante de Henry, que depende de la naturaleza del gas, la temperatura y el líquido; P, la presión parcial del gas.

Y gracias a esta ley, algo más de un siglo después, en 1930, el equipo del farmacólogo sueco Goran Liljestrand, pudo determinar que la cantidad de alcohol que se expelía por el aliento, guardaba una proporción de 2000:1 con el alcohol que contenía la sangre.

Una dependencia cualitativa en la que todos coincidían, si bien había cierta discrepancia desde el punto de vista cuantitativo. Una revisión de la literatura científica sitúa este valor en una horquilla entre 1900 y 2400.

Con posterioridad, en 1950, Harger, Forney y Barnes establecieron, con mayor precisión, un nuevo valor para esta proporción de alcohol entre aire y sangre. El ya comentado de 2100:1 y que una comisión internacional terminó aceptando como oficial en 1972.

Lo que no ha sido óbice para que, por ejemplo en España, se utilice la decimonónica de Liljestrand, la de 2000:1. Quizás por ser una proporción más “redonda” y fácil de manejar, pero que obviamente, en términos estadísticos, ofrece una tasa de alcoholemia ligeramente superior a la real.

Bien pensado, a lo mejor es también por eso. Puede ser.

Pero, claro. Siempre hay un pero en la cesta de la ciencia. Pensándolo mejor, ¿cómo es que el alcohol que ingerimos llega hasta la sangre, el cerebro y el aliento? ¿De qué mecanismos se vale?

¡Qué cosas tiene la ciencia! Por cada respuesta ofrecida aparece, cuando menos, una nueva pregunta ¡Cómo me gusta la ciencia!




2 comentarios :

Salvador dijo...

Me gustaría que acabara esta interesante serie sobre los alcoholímetros. ¿Cómo es que el alcohol que ingerimos llega hasta la sangre, el cerebro y el aliento?

Salvador dijo...

¿No iba a acabar la serie sobre el alcoholímetro? Se lo agradecería. me estoy basando en él para un trabajo en la escuela técnica