viernes, 24 de octubre de 2014

Púlsares y la Bell

Les decía que la de los hombrecillos verdes, fue una muy seria propuesta interpretativa que se manejó.

Buena prueba de lo que les afirmo es el hecho de que, en el artículo publicado en la revista Nature de febrero de 1968, se mencionara entre las posibilidades descartadas, la de una civilización extraterrestre.

Es decir, como una hipótesis científica más.

Digo científica porque, para que una hipótesis sea considerada como tal sólo debe cumplir un requisito: que sea comprobable, reproducible. Nada tiene que ver con la naturaleza de la investigación.

Ya está dicho en esta tribuna y en más de una ocasión. Desde el punto de vista de la ciencia, siempre antes lo improbable que lo imposible.

De modo que volviendo sobre sus pasos, Hewish y Bell retomaron la interpretación anterior para este objeto celeste. Debía ser una estrella de neutrones. Una estrella muy pequeña y muy, muy, densa.

Una estrella de neutrones
Tras posteriores estudios, la hipótesis neutrónica se vio confirmada y este nuevo tipo de manifestación estelar fue llamado púlsar, contracción de la expresión pulsating star.

Una expresión que hace referencia a los rápidos pulsos de radio que emiten y que permitieron, precisamente, descubrirlos.

De esta estrella de neutrones, que emite una radiación periódica muy intensa a intervalos cortos y regulares, hoy día sabemos que en realidad no pulsan sino que rotan. Un matiz mecánico que tiene su significado astronómico, pero en el que no entraremos.

Nos quedaremos con que la secuencia de emisión de estos pulsos a intervalos regulares, inducidos por el intenso campo magnético de la estrella, guarda una dependencia directa con el periodo (T) de rotación del objeto.

Y puntualizaremos que se conocen poco más de un millar de púlsares, casi todos detectados en la frecuencia de ondas de radio, y nadie duda que son eso, estrellas de neutrones.

Las dudas surgieron con la concesión del laureado galardón.

Premio Nobel de Física 
Expuestos en una breve línea del tiempo, los hechos nobeleros sucedieron así.

En 1967, Susan, se topó con la señal del púlsar. Dos años después en 1969, por motivos que no hacen al caso, ella abandonaba el equipo de investigación. Y transcurridos cinco (5) años más, los astrónomos británicos Anthony Hewish y Martin Ryle (1918-1984) recibían de forma conjunta, el Premio Nobel en Física de 1974.

Fue el primero que se dio a un trabajo en la especialidad de Astronomía, y se concedió, sobre todo, por el descubrimiento de los púlsares. Ya, ya. Sé lo que está pensando, los había descubierto Susan Bell. Sí. Pero no.

No sólo no la incluyeron entre los galardonados sino que ni siquiera sus, otrora, compañeros y jefes hicieron la menor mención oficial a la auténtica autora del descubrimiento. Nada de nada.

Y aunque esta impostura era de dominio público en el mundo científico, nadie manifestó su disconformidad.

Bueno, nadie no.

El astrónomo inglés Fred Hoyle (1915-2001), sí denunció en el periódico The Times, el no reconocimiento de la labor de Bell. Y en puridad hay que decir que no fue el único.

El astrofísico austriaco Thomas Gold (1920-2004) de la Universidad de Cornell, también se pronunció a favor de la joven.

Ambos reivindicaban para ella el papel de descubridora y coinvestigadora, y rechazaban el de mera ayudante, como pretendía el patrono Hewish.

Un nuevo caso más del “techo de cristal”. O de una mano negra.



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