miércoles, 27 de julio de 2016

Cables telegráficos transoceánicos (y 2)

Hasta entonces, para enviar una noticia entre Europa y Norteamérica el procedimiento más rápido era la travesía marítima. Estamos hablando de unos diez (10) días, que era el tiempo que se tardaba en cruzar el charco.

Pero si queríamos respuesta, si lo que queríamos mantener era un mínimo diálogo, entonces el viaje tenía que ser de ida y vuelta, esto es, que pasaban varias semanas.

Y pasar de unas cuantas semanas a tan solo unas pocas horas, o si había suerte unos minutos, estarán conmigo que no estaba mal. Nada mal. Vamos que estaba muy bien.

En términos de comunicación, con el tendido del cable, la enorme ruptura con el pasado no solo fue de índole cualitativa sino cuantitativa.

Sin embargo este sistema de comunicación, por diferentes causas, se deterioró rápidamente y en menos de un mes, tres semanas, quedó fuera de servicio.

Un tiempo de utilización demasiado corto, que hizo mermar el interés de los inversores en el proyecto y retrasó los esfuerzos para restablecer la conexión.

Así que el de 1858 fue el primero de los cables telegráficos transoceánicos pero, por desgracia, no fue el definitivo, pues apenas duró.

No obstante la impronta dejada por la rapidez con la que había viajado el mensaje telegráfico cruzando el Atlántico en cuestión de horas, tuvo su fruto.

Y un segundo intento se llevaba a cabo siete años después, en 1865, empleando nuevos materiales químicos y métodos electromagnéticos muy mejorados.

Dificultades científicas
Aunque sea solo sobrevolándolos, desde el punto de vista científico me gustaría resaltarles dos de los problemas que tuvieron que resolverse, en la implantación de esta nueva tecnología basada en el electromagnetismo.

Uno era de naturaleza de física teórica y de desarrollo bastante complejo.

Nada menos que el fenómeno de inducción y el retardo que experimentaba la señal en los cables submarinos. Afortunadamente se resolvieron gracias a un talentoso científico, conocido de ustedes.

El polifacético británico William Thomson (1824-1907), que fue nombrado Sir por la reina Victoria en agradecimiento por este trabajo y, años más tarde Lord, lord Kelvin, por otros trabajos.

El otro problema a resolver era de naturaleza química.

Debido a que los cables se encontraban en los salados fondos marinos, se hacía imprescindible encontrar un material que evitase el deterioro de los mismos y la pérdida de intensidad de corriente.

Este inconveniente se resolvió gracias a la introducción en 1849, procedente de China, de la gutapercha de la que les hablé en la entrega anterior.

Unos meses más tarde, tras vencer algunos contratiempos, la conexión se completaba el 27 de julio de 1866, demostrando ser más duradera y eficiente.

Al día siguiente se enviaban los primeros mensajes. El nuevo cable telegráfico transatlántico se puso en servicio el 28 de julio de 1866.



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