viernes, 26 de mayo de 2017

‘Soy marxista, tendencia Groucho’

Estaba escrita en el muro de Berlín. Era una entre muchas de las frases que cayeron y desaparecieron con el derribado muro, esa noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989, veintiocho (28) años después de su construcción.
Pero a mi entender ésta tenía algo de especial. Era algo más. Se me hace que era un bello y magnífico homenaje a un cómico. A alguien de quien este año se cumplirá el cuarenta (40) aniversario de su muerte, y que fue mucho más que un cómico, Julius Henry Marx, ‘Groucho’ Marx (1890-1977). Cuarenta años sin sonrisa inteligente y sin algo más. Por ejemplo.
Sin el acoso del más irreverente de los seductores. Sirva de ejemplo la película ‘Una noche en Casablanca’, cuando le declara apasionadamente a una de las protagonistas, que es la mujer más hermosa del mundo. Y al preguntarle ella si es cierto, Groucho le replica: “No, pero no me importa mentir si con ello saco algo”.

En otra ocasión cuentan que espetó: “No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual”.
Sin la presencia del más infiel de los amantes. En ‘Un día en las carreras’, donde se pasa yendo detrás de casi todas las mujeres que encuentra, se defiende ante su prometida diciendo: “¿Que por qué estaba con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho me recuerda a ti más que tú misma”.
De él es la archiconocida, “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”
Sin los pensamientos del más cínico e insolente de los filósofos. De muestra estos botones: “A quién va a creer, a mí o a sus propios ojos”. “No permitiré injusticias ni juego sucio, pero, si se pilla a alguien practicando la corrupción sin que yo reciba una comisión, lo pondremos contra la pared... ¡Y daremos la orden de disparar!”.

“Estos son mis principios. Pero si no le gustan, tengo otros”. “El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio... si puedes simular eso, lo has conseguido”. En fin, Groucho en estado puro.
Sin el falso bigotudo más famoso del mundo. Julius admitió que había copiado de otro comediante el llevar un puro como apoyo de sus escenas, y también afirmó que fue por casualidad, como había pergeñado su hilarante caminar. “Durante una representación, sentí ganas de divertirme y empecé a andar de una manera rara. La conservé porque al público le gustó”.
Luego vinieron la levita, el enorme bigote pintado, las gafas y su nombre de guerra, Groucho. Un apodo puesto supuestamente por un suspecto monologuista, un tal Art Fisher, quien decía que hablaba emitiendo gruñidos. Lo cierto es que sin bigote, levita, gafas y andares Groucho no era reconocido por la gente. Entonces sólo era Julius Henry Marx, un ciudadano muy parecido a los demás.

Sin el sonido incansable del charlatán más verborréico. Entre sus perlas dialécticas: “La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte...”.
“Bueno, el arte es el arte, ¿no es así? También por otra parte, el agua es el agua, y el Este es el Este y el Oeste el Oeste, y si tomas arándanos y los conviertes en compota como la de manzanas, saben más parecido a las ciruelas que al ruibarbo. Ahora, uh... Ahora dime lo que sabes”.
“No puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo”.
Y por supuesto sin toda una estrella del teatro. Llegó a decir: “No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso me he ganado la vida muy bien durante una serie de años haciéndome pasar por uno de ellos”. “He disfrutado mucho con esta obra de teatro... especialmente en el descanso”.

Sin un ocurrente actor de radio y televisión. “Yo encuentro la televisión bastante educativa. Cuando alguien la enciende en casa, me marcho a otra habitación y leo un buen libro”.
Y sin toda una leyenda del cine. “En esta industria, todos sabemos que detrás de un buen guionista hay siempre una gran mujer, y que detrás de ésta está su esposa”. “Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína”.
Sin olvidar su faceta como escritor. De su ostrario particular: “Desde el momento en que cogí su libro, hasta que lo solté, no pude dejar de reír. Algún día pienso leerlo”. “Leer mi biografía es tan estúpido como escribirla”. “Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre. Y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer”.
Todo esto fue Groucho Marx, un genial cómico judío de principios del siglo pasado. Cuentan que cuando le dijeron que en una piscina no admitían judíos comentó: “Mi hijo es medio judío, ¿puede meterse hasta las rodillas?”.

Entre su humor y nosotros, la Segunda Guerra Mundial, el Once de Setiembre, y no sigo. Mucho sucedido como para que su fina e hiriente ironía fuera aceptada y tolerada hoy. No. Seguro que no.



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