domingo, 31 de diciembre de 2017

Machado, Sevilla y eclipse

(Continuación) Como les adelanté hace unos días, en Sevilla, en la orilla izquierda del Guadalquivir que es la de levante, y con centro operativo en la misma Torre del Oro, hubo otro equipo para observar el eclipse solar total que tuvo lugar el 22 de diciembre de 1870.
Un observatorio mucho más modesto que el que en Jerez de la Frontera, Cádiz, España, montó el astrónomo y matemático estadounidense Joseph Winlock (1826-1875), por aquel entonces director del Harvard College Observatory, Cambridge, EEUU.
El sevillano lo montó el gaditano Antonio Machado y Núñez (1815-1896), sí el abuelo de los Machado. Una saga familiar ya enrocada y que arranca con “el médico del gabán blanco”, quien además de médico fue otras muchas cosas más.
Entre ellas geólogo, botánico, antropólogo, ornitólogo, vulcanólogo, republicano acérrimo, alcalde de Sevilla, gobernador de la provincia, catedrático de Ciencias Naturales en la universidad hispalense, rector de ésta, masón, anticlerical, uno de los primeros introductores en España de la Teoría de la Evolución (1859) del naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) y lo dejo aquí por no cansarles.
Eclipse, Rector y Guadalquivir
Fue precisamente durante su primera etapa como rector, cuando llevó a cabo la medición del eclipse de Sol que tuvo lugar ese jueves 22 de diciembre de 1870, y que él coordinó desde lo alto de la albarrana Torre del Oro donde había situado el centro de observación del fenómeno astronómico.
Claro que antes se había preocupado, dando muestras de una gran actividad y nerviosismo, en colocar a lo largo de la orilla del rio y en posiciones determinadas y precisas, a diez (10) parejas de observadores provistos de un modesto equipamiento científico.
Tan modesto que consistía sólo en unos anteojos de poca potencia o gemelos de teatro en su defecto, cristales ahumados, un reloj y papel para anotar con exactitud por dónde y a qué hora estaba proyectada en el suelo la sombra solar. Nada más.
Por los datos con que se cuenta, desde ese punto que se encontraba a una distancia de la línea central del eclipse de setenta y nueve kilómetros (79 km), el máximo del eclipse se produjo a las 12:16:57 hora local (UTC + 00: 00), duró veintisiete segundos (27 s) y tuvo lugar con una cobertura de nubes del cincuenta y ocho por ciento (58 %).
Como nos narra el propio Antonio Machado y Núñez, pero más como hombre emocionado que como riguroso científico, cuando el astro empezó a oscurecerse y las tinieblas cubrieron el río y los perfiles de la ciudad: “Un tinte cadavérico se reflejó en los semblantes. (...) El eclipse, aunque pasajero, afectó hondamente a las gentes sencillas y personas ilustradas; el ánimo de todos continuó luego contristado”.
Un río que actúa como hilo conductor y nexo de unión en esta historia con continuación.
Por la parte que corresponde al hombre, con lo que es natural que le suceda, su hijo. Y por parte del fenómeno de la naturaleza, el astronómico eclipse, con otro tan natural como él, sólo que en este caso fue zoológico y a cargo de unos delfines que fueron vistos en el rio. Delfines en el Guadalquivir, qué cosas. (Continuará)
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